lunes, 24 de septiembre de 2012

Carta de un muerto vivo.


Sentado en mi improvisado sofá.
Recuento todas mis cosas perdidas, circundado de lo nuevo que me ha traído los años. ¿Anuncio de tiempos mejores, pesares de tiempos perdidos?
Yo siempre hablo de fantasmas, como si reconociera como verdadera aquella frase que reza: “Todo tiempo pasado fue mejor”. No podría estar de acuerdo, todo lo que hice (bien o mal) se quedó esperando la continuación.
Los fantasmas son como demonios: inoportunos, sucios, mal olientes, engreídos, distraídos, dispersos, sedientos, insulsos. Por eso decir que lo pasado fue bueno es rodearse de escoria emocional. Es practicar la caridad con lo viejo, con lo que ya no es, con eso que (dentro de un cerebro tan usado como el mío) ya es basura mal contada.
Como seres “humanos” siempre anhelamos lo que no tenemos y añoramos lo que un día nos perteneció y, como si fuera poco, unimos los dos sentimientos para justificar nuestra presencia en el mundo; y para presumir de lo ya hecho, de lo que se quiere hacer y para olvidarnos de nuestro innegable destino escrito al nacer: “La muerte”.
Mis fantasmas son muchos, una cantidad aproximada a la de la arena de un reloj. Y me persiguen como perros hambrientos y harapientos. Se arrastran y se deslizan por todas partes con la energía de un rayo para recordarme que: “el tiempo pasado sólo es tiempo”, como lo es el futuro, del que a veces, con cigarro en mano y café recién hecho, me burlo a carcajadas.
Pero, ¿quién dijo que los fantasmas son sólo cosa del pasado? ¿Quién aseguró que los muertos eran eso solamente, fantasmas? No. Mis fantasmas no son pasado, no son muertos, no son almas en pena, ni siquiera recuerdos de la infancia agradecida. Ellos (los fantasmas que llevo a rastras) a veces son tiempo que no ha llegado, personas que aún no conozco, el carro que no he comprado, el viaje que no he hecho, el libro que no he leído, la canción que no he escrito, el concierto al que no he ido. Mis inquilinos fantasmagóricos son futuro simple, futuro progresivo, futuro casi perfecto, futuro en quiebra, futuro que no existe, futuro inexplicable. Futuro, futuro, futuro.
Futuro que es lo que ya se hizo  y se repite en otro cuerpo, en otra piel, en otra ciudad con el mismo sol y con el aire, más o menos, contaminado por igual. Futuro que se hace en otra cama, en otra ducha. Las mismas acciones en distintos parajes.
Si, futuro angustiante porque ya no existe, porque ya no existo yo. Porque morir no es ya no estar,  morir es irse de la manera que yo lo hice hace ya mucho tiempo, con una guitarra maltrecha, con una zapatos rotos y con la convicción de que vivo o muerto vivir sólo es eso: Morir.

domingo, 27 de mayo de 2012


Odio por amor.

Antes de empezar con esto, que estoy seguro que a muchos les va a parecer las palabras de un marginado, quiero explicar:

1.      El autor de estas boberías tiene sus razones 
para escribirlas.
2.      La literatura es universal y expresa los sentimientos 
de todo aquel que escribe.
3.      Cuando se vive con miedo a hablar, es mejor escribir.

 Odio las manifestaciones públicas, las protestas pacíficas, las marchas por una causa “justa” y las peleas callejeras; porque todas las anteriores sirven de trampolín a ladrones, desocupados y resentidos para sacar toda su furia. Las marchas pacíficas terminan con un sin número de heridos, a los manifestantes los calla la fuerza pública y las causas de este pueblo están apilonadas en los juzgados.
Odio a todos aquellos que creen que viendo NatGeo o History se las saben todas. A los conductores de buses, a los taxistas que se creen víctimas de atracos y nos roban cada que ven la oportunidad.
Odio la política, aunque Platón no se canse de repetir que todos somos políticos; podría estar de acuerdo con eso si todos le robáramos por igual al país. Odio el acento paisa del expresidente Uribe cuando habla inglés (que poco orgulloso me siento de compartir algo con ese señor), odio a los que usan pantalones ajustados después de la rodilla ¿Tendrán espejo en la casa? ¿Tienen amigos? Odio al actual vicepresidente por ordinario, porque si Colombia “no tuvo memoria” al elegir a Petro como alcalde, Santos no tuvo respeto para con nosotros al elegir a Angelino como su fórmula de campaña.
Odio los huecos y los trancones de la ciudad, a los policías de tránsito que sólo sirven para llevar puesto un uniforme y un silbato. ¿Ya dije que odio a los taxistas? Si. Odio a los “Punk”, a los “Skin Head” y a los “Hippies”.
Odio a los expendedores de drogas, a los traficantes de armas y a los consumidores “gringos” de marihuana, crack, y demás sustancias que los pone “very happy”. Odio el invierno, el verano; pero no puedo odiar la primavera ni el otoño porque estas estaciones no pasan por estas tierras. Odio las telenovelas mejicanas que son las mismas desde que tengo uso de razón, sólo le cambian los protagonistas y el título.
Odio a los borrachos pelioneros, a los “ñeros” que me encuentro en la calle, a los que escuchan raggaeton y a los que bailan música electrónica. Odio a las palomas de la plaza, a los vendedores ambulantes, a los abogados honestos y a los que van a trabajar en corbata, (para mí estos forman un solo grupo).
Odio la publicidad, los medios de comunicación y a los trabajadores sociales. A las prostitutas de la calle 22 (que son en su mayoría travestis). Odio a los homosexuales liberales y a los cacorros de closet; a los primeros por avergonzar una cultura que cada vez tiene más adeptos, y a los últimos por vivir una vida “normal” mientras compran sexo con jóvenes y hasta los visten, los mantienen y les pagan la universidad (cosas estas que a veces no hacen con sus propios hijos)
Odio todo lo que me recuerda que soy humano. El dolor de los pobres, las canciones de cuna, la música norteña y el “rapeo” de los “cantantes de bus” en las tardes.
Odio el sexo en las mañanas y los besos que no saben a nada. Odio a Piedad Córdoba por “pantallera” y poco usable.
Pero si manifiesto que odio todo lo anterior es porque en el fondo del corazón (un corazón que late a medias a causa de las arritmias y el cigarrillo) me gusta que todo sea como es, así sin más, porque esto es lo que hay.

viernes, 6 de abril de 2012

DE TIEMPO, QUE NO SE REPITE.


Aún llevo en mi piel las marcas del tiempo. Honrosas cicatrices que demuestran el paso de la historia, horas que ahora sólo recuerdo a medias y que es de esta manera que las quiero recordar, a medias.
Y al mirar alrededor, lleno de certezas contradictorias, me doy cuenta: No quisiera repetir, en un eterno retorno, todo lo que ya he hecho. Tampoco quiero mirar al futuro imaginándolo lejos. Quiero ser yo, uno, una historia, un ser, una mezcla de nostalgia y dichas pasajeras, un libro que se escribe una sola vez sin ediciones de lujo ni traducciones.
No puedo imaginar que voy a experimentar los mismos sentimientos, que los errores que hoy me pesan me seguirán pesando eternamente.
Tampoco quiero reconocer que podría llorar por las mismas cosas por las que lloré. Todo se convertiría en una costumbre que me niego a vivir.
 Que mi primer sentimiento de amor, de dolor, de desilusión los puedo pronosticar. Que voy a conocer a las mismas personas, que voy a ser el mismo con mi metro y medio de estatura, que repetiré los mismos fracasos y que me alegraré por los mismos triunfos.
Creo que mis secretos (aquellos que me atormentan) se irán conmigo a la tumba de una vez para siempre. No quisiera repetir los mismos chistes flojos un sinfín de veces.

Si algún libro logra mi atención y lo leo en su totalidad, de vez en cuando vuelvo a él para sacar una cita textual pero tengo la plena seguridad de que el sentimiento que me invadió la primera vez que lo leí no lo voy a repetir y así quiero que sea porque, si las segundas partes no son tan buenas, imagino como será una eternidad en lo mismo.
Así me sucede con el cine y la música, las experiencias son únicas e irrepetibles, así como cuando escribo y es uno el sentimiento, una la hora, uno el momento, uno el cigarrillo y una la taza de café.
No podría vivir de nuevo la pérdida de mi abuela, no podría repetir mis peores días, ni quisiera crecer de nuevo sin un padre (que para efectos de crianza no fue necesario).

Por eso, hoy que ni la certeza es tan clara, decido que vivo, desde el barro hasta el barro, desde el error del que no aprendí hasta el final de los tiempos, desde lo católico que fui hasta lo agnóstico que ahora pretendo ser.

POSDATA: Nietzsche, ¿Estás habitando ahora el mismo cuerpo siendo el mismo loco?