jueves, 28 de enero de 2010

CANCIÓN ROTA


"Estoy buscando una canción un poco rota como yo. Estúpida y esordenada..."





Al filo del amanecer me dormí. Amaneció un día más y esta vejez que se acerca hora tras hora, segundo a segundo. Cuando abro los ojos pienso en todo aquello que me hace feliz pero no puedo evitar que me traicionen los sentimientos.

Amaneció y yo, contra ese inquilino no lucho, dejo que despliegue todo o que pueda dar.

Me levanto y arrastro mis cansados pasos dirigiéndome a la cocina, hacia el café de la mañana y a la ventana que me espera para ver pasar a la contradicción vestida de azul. La ventana esta ubicada en el segundo piso junto a una mesita redonda y negra, sus barrotes oxidados, sus cortinas translúcidas y el musgo creciendo en sus esquinas húmedas la hacen parecer vieja y descuidada.

Son la siete de la mañana, muy temprano para un cigarrillo, pienso, pero ¿Qué podemos hacer aquellos que dependemos de este asesino silencioso? Enciendo uno de ellos con la certeza de que, tal vez, no tendré tiempo ni paciencia para fumarlo hasta el final.


Me acerco a la ventana, miro a través de sus empañados vidrios y veo una calle desierta, tranquila, silenciosa, oscura como salida de un cuento de terror. A lo lejos alguien la transita.


Regreso a la cocina, enciendo la radio y busco, entre tantas emisoras, una donde los locutores no sean estúpidos, de esos que se inventan un tema ridículo para que la gente llame a opinar y a exponer su vida privada a un público desconocido que se va a morir de la risa o que a lo sumo le va a tener lástima.

Por citar algunas de las preguntas he de anotar:

¿Qué le baja la libido en una relación?

¿Tendría usted una experiencia sexual homosexual?

¿Cree que su novio(a) es gay?

Entre otras tantas de ningún carácter y que me parece deshonroso mencionar.

Y colapsan, según ellos, las líneas telefónicas. ¡Claro! con tanto loco que anda suelto.

¿Dónde quedaron los buenos locutores, los programas serios de opinión, las investigaciones, los análisis, las discusiones provechosas? ¿Dónde quedó el locutor que nos invitaba a actuar, a hacer algo por el país, la política, la vida y el mundo?

Nuestras emisoras actualmente parecen dirigidas a satisfacer el morbo de una sociedad cada vez más desadaptada, mal educada y hambrienta.

Pero aparecen las apologías. ¡Que son espacios de libre expresión! ¡Que las preguntas no tienen intención de ofender a nadie! ¡Que la gente quiere desahogarse!

Yo les doy la razón. No se puede pedir manzanas a un peral. Claro esta, no sería raro que el peral, viviendo tanto cambio acelerado, diera manzanas para no quedarse atrás en el mal llamado progreso. Siento pena por este pueblo inculto alimentado con viento, paja y desgracia ajena.

Al fin, encuentro una buena emisora y mientras subo el volumen de la radio suena aquella canción: “Cuando el amor llega así de esa manera uno no se da ni cuenta…”

Mil veces he cantado dicho himno con una cerveza en la mano, unas cuantas en la cabeza y con sentimientos encontrados en el corazón. No puedo evitar sentirme como el protagonista de esa canción: “un Caballo viejo”.

sábado, 23 de enero de 2010

CONTAR LAS BENDICIONES

En esta tarde llena de remembranzas, cavilaciones, esperanzas y olvidos he decidido contar mis inmuebles.

¡Vaya manera de gastar el tiempo en una tarde tan soleada y colorida! Podría salir al parque y pasear a mi perro, pero no he comprado uno; o tal vez jugar al futbol con mis hijos, pero aún no tengo. Entonces, pasemos revista a mis haberes.

Buscando y rebuscando entre mis cosas me doy cuenta de que en realidad es muy poco lo que tengo. ¿Qué va a ser de mis herederos?

Tengo, haciendo bien las cuentas, un reloj de pulsera, un montón de cuadernos viejos, un espejo y una cicatriz en la parte inferior izquierda de mi cabeza.

Mi reloj, nunca lo uso. Con esta manía que tengo de llegar tarde a todo creo que él es el menos colaborador. Lo miro como quien ve llover. Son las tres. No puedo evitar sentirme viejo cada vez que doy una ojeada al movimiento de sus manecillas. No voy a darle cuerda nunca más; quiero instalarme aquí en este domingo, a esta hora, parar de envejecer y evitar que este enemigo me cobre las cuentas pendientes.

Los cuadernos son muy viejos, como si hubiesen pertenecido a mi abuela. Los abro uno a uno, no son más de seis. Seis premios a la inocencia, a la infancia, al tiempo pasado que, no por ser pasado, fue mejor. Ahora recuerdo que fueron mi refugio en mañanas lluviosas, en tardes tristes y en noches de soledad.

El espejo perteneció a un vendedor de objetos antiguos. A veces quisiera romperlo. Cuando me miro en él veo al adolescente de hace diez años, lleno de sueños profundos y de ganas de vivir. Ahora sólo alcanzo a ver a un ser desconocido con unas cuantas arrugas entre las cejas y una barba enmarañada.

¿Y la cicatriz? Ya no recuerdo cómo la obtuve. Creo que ella es la culpable de mis ratos de amnesia. Sigo presto a hacer memoria y me imagino que apareció por culpa de aquellas caídas tratando de aprender a usar la bicicleta, jugando con los amigos o recorriendo caminos polvorientos. Quizá la adquirí de tanto ver caricaturas, de tanto leer historias en la biblioteca o de tanto pensar en aquellas cosas que eran importantes.

Ya son las siete. Entonces bendigo a la vida porque son muy pocas las cosas que conservo y, a pesar de eso, no me hace falta más para vivir. Porque mis propiedades son un reloj que se paró a las tres, seis cuadernos viejos y usados, un espejo antiguo y una cicatriz que me hace estar agradecido.

sábado, 16 de enero de 2010

LA LUZ QUE NOS ILUMINA









¿Qué podré yo saber si la luz que me guía se
transforma en oscuridad?
Le doy licencia a mi imaginación
para no sentirme tan perdido!!!





Cuando la noche se acerca y presentimos que nuestro trabajo ha terminando ya, en el crepúsculo de las horas, intentamos rehacer nuestras ilusiones para no irnos a la cama vacíos. Soñamos entonces una novela, construimos un proyecto, acudimos a nuestros recuerdos y a nuestras acciones para perdonarnos lo que no hemos hecho.

Fantaseamos con todo lo que llega a nuestra mente: con la política, con la religión, con la economía. Arreglamos nuestro país en un instante cuando el insomnio llega a desvelar lo que nuestras palabras no alcanzan a decir. La cama y la manta se vuelven un inmenso mar en el que navegamos durante mucho tiempo tratando de encontrar las respuestas que la prisa y el cansancio no han podido darnos.

Quisiéramos cambiar nuestra historia; nos atormentan las preguntas más sencillas pero a la vez las más cruciales. Nos cuestiona lo que haremos mañana, lo que hicimos ayer, lo que hace años y lo que hacemos hoy; inventamos mundos sonoros, llenos de luz y de todas las buenas intenciones que pueden caber en nuestro pecho. Caminamos por la playa de un mar que nunca hemos visto, viajamos a Grecia, a Roma, interrogamos al Papa, peleamos con el presidente, vamos al lugar del mundo donde alguna vez, de niños, quisimos estar.

Le reclamamos a nuestra conciencia el tiempo perdido, le rogamos a nuestro cuerpo que no se canse tanto, le pedimos a nuestros ojos no adormilarse en las reuniones importantes. Nos hacemos buenos propósitos para el día siguiente, para la vida, para toda nuestra vida. ¿Quién no prende fuego a sus angustiantes recuerdos para luego tirar sus cenizas al viento del olvido y al mar que ahoga todo lo que nos aterra de nosotros mismos?

Ya, cuando el sueño está por vencernos y nos disponemos a entregarnos a los brazos de Morfeo, abrimos los ojos para asegurarnos que aún estamos en nuestra cama y para comprobar que, bajo la penosa oscuridad, existe todavía la luz que nos ilumina.

martes, 12 de enero de 2010

FANTASMAS PASAJEROS



Pensar que todo es posible nos da certeza y tranquilidad. Pero cuando la realidad deja un agujero por el cual vemos que lo posible es lejano, se acaba la certeza y la tranquilidad desaparece ocultándose quién sabe dónde. Digo esto porque traigo a mi memoria todos los sueños, hechos de infinitas ansias, con las que llenamos nuestras largas tardes de ocio. Sueños que alivianan nuestra indómita conciencia y que dan descanso al alma cuando algo en nuestra inestable existencia no ha salido como lo esperábamos. ¿Quién no, cuando cree que todo está perdido, se acomoda en su silla y se sienta a reorganizar su vida y, sin quererlo, deja escapar de lo más profundo de su ser un suspiro que le hace sentir mejor y le hace llevadera la carga de la historia? Y después de ese suspiro inesperado y escapado despertamos a la cruda e innegable realidad, la vida tal como es. ¿Ahogamos el tierno soplo de ideales? Una vez soñé, cuando estaba en una edad donde lo absurdo no existía, donde soñar era más fácil que respirar. Tal vez no soñaba, vivía del sueño de vivir y de no tener que preocuparme por lo que pudiera pasar mañana. Pero si crecí y dejé de soñar no fue por placer, fue por necesidad. Con el paso del tiempo la máquina de los sueños se fue oxidando, la envejeció la realidad y la necesidad de ser lo que soñé, lo que no soy ni imaginé ser. ¿Con qué tejer ahora el vacío que deja la experiencia de un sueño que no llegó a nacer? ¿Cuánta matemática o cuánta simplicidad se necesitan para defender las cosas del corazón que la razón no entiende? ¿Cómo tomar aire cuando el cielo está tan gris y el oxígeno tan contaminado? A este ritmo no parece haber mucha fuerza para continuar caminando. Sin embargo, la vida sigue siendo una imposición que sorprende, una carga amigable, una sonrisa complaciente. A pesar de ver castillos rotos y sueños esparcidos por toda la casa sin un por qué, la vida continúa, en su lenta marcha hacia lo infinito, quitándole el moho a aquella y oxidada máquina de sueños. Soñar demasiado frustra. Dejar de soñar entorpece. Encontrar el equilibrio perfecto será nuestro deber pues en el juego de la vida es inevitable enfrentarse a nuestros fantasmas pasajeros.

sábado, 9 de enero de 2010

Un destello de magia



A la sombra del fuego.

En la búsqueda quisiéramos a veces cerrar los ojos y pensar que las cosas podrían ser mejores.

Pero cuando vivir no es el sueño que una vez soñamos, cuando el sueño que soñamos no es tan claro; cuando la subida se convierte en bajada y bajar es inesperado y nuevo, cuando lo nuevo no es tan nuevo y la ilusión de vivir sigue siendo ilusión presentimos que la vida es de otro color; que tal vez está hecha de magia y de pasión.

Rostros, figuras, sueños de papel y seda, existencias con y sin logros, confusiones que llenan de espanto la tranquilidad que creíamos ganada. ¿Cuánto cuesta equivocarse? ¿Cuántas neuronas se pueden perder en un intento de cambiar el mundo? ¿Cuál es el esfuerzo que nos impulsa a seguir vivos?

¿Hay tantos caminos como pensamos? ¿Qué de todas nuestras utopías se convierten en realidades tangibles? Poblamos más nuestra cabeza de razones que nuestro corazón de ilusiones. Preferimos enredar los sueños que admirar la belleza que nos proporciona la sorpresa de seguir caminando sobre este planeta.

Si mezclamos fantasía e ilusión tal vez la situación no mejore, quizá siga igual o empeore. Pero ¿Quién puede quitarnos la capacidad y la necesidad de soñar? ¿De intentar e intentar, al menos en nuestra cabeza, de vivir otra vida? Tal vez en el fondo lo que más nos aterra es saber que lo último que se pierde es la esperanza, aquella que nos da una certeza finita. La esperanza de encontrar, en medio de tanta maraña, una sonrisa en el momento justo, magia alrededor de nosotros.

De repente esa magia que no queremos admitir, que buscamos y es difícil de encontrar, que vive en el fondo de todo lo que nos apasiona es el AMOR.