sábado, 5 de noviembre de 2011

UNA PIEL, MIL HISTORIAS


Ahora pago la promesa. Y esos días idos quedarán en el papel…

“Ahí estás ya.
No puedes recordar,
Porque ahora tú mismo eres quieto recuerdo;
Y aquella remota belleza,
En tu cuerpo cifrada como feliz columna,
Hoy sólo alienta en mí,
En mí que la revivo bajo esta oscura forma…”
(Luis Cernuda)

Hay cosas del pasado de las cuales no estamos orgullosos, que pesan como el acero y que regresan  para recordarnos que, por mucho que se quieran dejar atrás, hicieron parte de nuestra vida y que lo seguirán haciendo a pesar de estar viviendo una vida distinta.
Le conocí hace poco, en realidad hace mucho que le he visto pero desde hace corto tiempo pude saber de algunas de las labores a las que se dedicaba cuando la juventud era un premio, cuando la vida se llenaba de responsabilidades pasajeras, cuando vivir era sólo eso, vivir.
El oficio más antiguo del mundo, dice, sin sentir orgullo por ello pero con una espada atravesada entre el cuerpo y el alma, y mientras le escucho veo en sus ojos tristeza, escucho en su voz un reproche para si mismo sin que lo grite y en su temblar descubro que fueron días duros, días de borrar para siempre, días de heridas que ahora son cicatrices que pican como avispas. 
Más de un año cumpliendo las fantasías que las bajas pasiones ocultan a la vista, tiempo relativamente corto comparado con otras personas que se gastan la vida en este ejercicio.
¿Vida fácil como dicen algunos? No lo creo. No es fácil tener sexo con alguien por el cual no se siente aunque sólo sea la más mínima atracción. No es fácil estar parado en una esquina esperando a que “un cliente” pase y ofrezca una cantidad de dinero por un poco de placer. 
No es fácil decir no cuando las circunstancias apremian y la necesidad de sobrevivir en una ciudad desconocida se hace innegable. Le justifico
Me cuenta historias, se ríe del pasado como si hubiera sido un mal chiste del que uno se siente obligado a reír, me invita a adentrarme en ese mundo que alguna vez fue suyo, le escucho pacientemente, le sigo justificando.
Si hubiera estudiado medicina tendría un consultorio, hubiera viajado a otros países, conocería el mundo, otro mundo; sabría de cosas que hoy sólo sabe por fotos o gracias a la internet y ese pasado nunca hubiera existido y la vida, seguramente, le premiaría con uno que otro lujo y, posiblemente, sería cliente y no mercancía.
Lo que se hizo nos persigue como una sombra loca, desamparada y mal oliente. Porque si para unos el futuro es incierto para todos el pasado es real y aunque se niegue, es una verdad íntima que busca salida cuando ya no se soporta, cuando ya no quiere que la sigan callando con licor, cuando ni las drogas ayudan a paliar.
No le pregunto, no le interrumpo, quiero que me cuente, que me diga, que se desahogue de ser necesario, que llore si puede. ¡El pasado es un traidor murmura! Estoy de acuerdo, pasado es un traidor que, en algunos casos, nos recrimina el presente y que dificulta el futuro.
Somos tiempo que ya fue, somos realidad pasada, somos historia escrita a pulso con derecho a reivindicación. Le creo cuando dice que no hay nada peor que el recuerdo de esas noches. 
¿Se ha enamorado? Esta pregunta ronda mi cabeza y la lanzo como dardo directo al blanco. Calla. Finalmente dice: “El amor es inocencia”. Le digo que para mi la inocencia es un anciano a punto de morir en una silla mecedora que aunque vivió mucho ya no lo recuerda. Calla nuevamente. Me ofrece una cerveza.
No hay culpables para el pasado. Hay algo de lo que todos estamos llenos y que nos impulsa a continuar con la bendita lidia, así de humanos somos, así de fugaces, así de lógicos, así de locos, tan llenos de presente.
Ahora, con el cuerpo marcado por manos sacrílegas, con lágrimas escondidas en el alma, con la mirada resignada y con la voz palpitante, vive otra vida sin renegar del camino andado que ya no se puede desandar y agradece lo que es. Lo admiro.












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