viernes, 21 de octubre de 2011

EL DIMINUTIVO OBLIGADO


Antes de que yo naciera ya mi santa madre tenía un nombre asignado para mí. Gracias a un cantante de baladas (que por lo que se aún está vivo) en mi cédula de ciudadanía iba a figurar lo siguiente: Joan Sebastián. ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué mi segundo nombre sufrió un cambio a tal punto de ser el mismo que tiene el tendero del barrio? ¿Y por qué el primero pasó de ser Joan a Johan con la "J" pronunciada como "Y" y la "H" como "J"? Por dos razones muy sencillas.
Tomada de otro blog.
Primero: Porque mi abuela convenció a la progenitora. Sebastián era un anciano que vivía en la casa de enfrente y según ella era feo en extremo, no usaba zapatos y le faltaba cordura; y ella no quería que yo fuera a parar de la misma manera (tal parece que la abuela entendía más la genética de los nombres que de la sangre).
Segundo: Porque a quien escribió mi nombre en el registro civil de nacimiento se le ocurrió separar las vocales por una "H" que se supone muda pero que para efectos de extranjerismos suena como "J". Así terminé llamándome Johan.
Del segundo nombre ni hablar no porque no me guste sino porque no encuentro conexión sonora entre esos dos. Pero con el paso del tiempo y por razones ajenas a mi voluntad el primer nombre pasó a ser un diminutivo obligado.
Yo se que hablar en diminutivos es una característica de algunos y que demuestra cariño o compasión.
Entonces llega la tercera transformación nominal con su respectivo derivado: Johitan (el más común) Johancito (el más largo). Cual pokémon que cambia de nombre cuando evoluciona así me ocurrió y me temo que después de tanto uso algunos empiecen a usar un aumentativo en lugar de diminutivo y entonces sería: Johotan o Johansote, cosa que no creo que ocurra pero por si a alguien se le ocurriese ya estoy preparado.
En mi caso la mayoría de amigos me llaman así, mis jefes me llaman así, mis profesores me llaman así, mis alumnos me llaman así y estoy más que seguro que se debe a factores físicos y  no-físicos y tienen toda la razón.
Con 1.60 metros de estatura, el cabello largo y la mala costumbre de reírme hasta en los velorios cualquiera siente compasión. "¡Pobrecito! dirán, está como loquito" y ahí ya van dos diminutivos no de cariño sino compasivos.
Como confesión, para terminar, diré que alguna vez intenté cambiar mi segundo nombre (porque con el primero me siento más cómodo) pero llegué a la conclusión de que la abuela tenía razón, a veces la genética va en los nombres y que cada uno de ellos (nos guste o no) fueron bien pensados por nuestros padres; porque se tienen que quemar muchas neuronas para que uno termine llamándose "Cantariano" o " Antibalia". Además porque lo escrito, escrito está.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Guerras en la cabeza


Dormir bien sin temer al insomnio es manía de pocos. Digo manía porque desde que el mundo es mundo (en mi caso) dormir apaciblemente es un privilegio que sólo se logra con tragos en la cabeza o con el cansancio de una jornada larga y extenuante.
Inquietarse por banalidades o cosas poco importantes y llevarlas a dormir sobre una blanda almohada no es buena idea, menos si lo que nos rodea el pensamiento son cosas que el pasado no ha dejado ir.
Del seno materno heredamos, incluyo a mis hermanos,  la laboriosidad de las hormigas, pero en mi caso esa energía es más mental que física porque soy más pensamiento que hechos. Para tratar de explicar la situación me voy a permitir una comparación, tan molestas pero tan necesarias cuando son ciertas, y que es causa efecto de este texto. En el colegio leí sobre las Amazonas ¿Existieron? Pero si las Amazonas fueron tan reales como lo es mi santa entonces el mito ya no es puro cuento sino una verdad innegable en mujeres que poco o nada necesitaron de un hombre. Se podrá imaginar entonces a quien eligieron los dioses para madre mía. Reales o no a mi me tocó una. Sí, así es mi madre, una Amazona del siglo XX que de herencia nos da una genética repartida.
A Tato (esto es un apodo): hermano mayor y primero al mando le da una inteligencia pura y una resistencia de roble; a Pepe (otro apodo pero con una historia distinta): tercero en rango, la fuerza descomunal y un cuerpo de griego olímpico; a Sara: la niña de los ojos de todos, su maternal diligencia y su soberbia. ¿Y a mí? ¿El primogénito sin primicia al que le han robado ese tesoro dos antecesores? A mí me premia con todo lo anterior pero en dosis desiguales.
No me tocó un cuerpo de atleta pero si una barba hirsuta que ninguno de los anteriores posee (no incluyo a mi hermana por obvias razones), mientras el mayor a cultivado su inteligencia naturalmente yo la he adquirido en años de estudio arduo (y no que sea una lumbrera, si quiero ser franco) pero en soberbia nadie me gana y la diligencia no hace parte de mi inventario.
Ahora, estimado lector, ya sabe para que sirve el insomnio, para dar vueltas en la cama y recordar lo que bien parece historia patria, callar lo que se guarda celosamente y ahogar lo que no se dice a voz en grito. Ah! y para abrir una que otra cicatriz.
Para todo eso y para sacudirse la pereza porque no todos se levantan a las tres de la mañana y encienden su computadora y escriben una historia de mil y una noches.
Espero, señor lector, que pueda entender los estragos que causa el insomnio, la inconexión de ideas y de recuerdos que me obliga a tener y la poca facilidad que me permite para terminar esto que sólo sirve de excusa para encender un cigarrillo a las tres y treinta de la madrugada y recordar, recordar y recordar.


sábado, 1 de octubre de 2011

EL AMOR ENTRE OTROS


“El amor es un ingrato que te eleva por un rato y el final siempre se va” (Ricardo Arjona)

Podría ser la frase anterior la excusa perfecta para alguien como yo, pero sin llegar a los extremos, estoy de acuerdo con ella.
Uno puede encontrarse con alguien por la calle y parecerle algo muy normal, otros pueden pensar que ese mismo encuentro no es otra cosa que el  destino, habrá otros que piensen que eso es amor a primera vista. No discuto ninguna de las anteriores, cada cual tiene el derecho y el deber de buscar respuestas a todo lo que le acontece.
Escuché a alguien decir que cree en la reencarnación y que las personas que, en vidas pasadas se amaron, están destinadas a repetir ese amor en tiempos futuros. Según esta idea existen tres teorías de lo que puede pasar cuando estas personas se encuentran de nuevo siglos después: Se reconocen cuando se ven sin saber cómo, dónde o cuándo se conocieron y ahí empiezan a trazar un camino ya escrito pero en otros cuerpos y en otro tiempo. La segunda es que a pesar de que se reconozcan y sepan que son el uno para el otro sus compromisos actuales les impiden ser felices; se dice que por eso algunos llevan la marca de un amor que no pudo ser y que extrañan como a la única victoria posible. Por último, la peor de todas (dicen), pues se disfruta del ser amado por un periodo no muy prolongado pero que tienen que separarse tal vez por alguna fuerza sobrenatural, capricho de los dioses o amaño del destino que se empeña en romper algo que no se puede romper y así el sufrimiento es mayor.
No quisiera ser partícipe de tales puntos de vista, no porque no crea en la posibilidad de la reencarnación sino porque me lleno de preguntas y empiezo a recordar amores idos, amores que me abandonaron creyendo yo que eran los de para siempre, amores que abandoné, amores que fueron, amores que no fueron, amores de tiempo, amores de espacios, amores de piel, amores anhelados, amores de compraventa, amores puros, amores de mercado y otros cuantos amores que no vale la pena nombrar (porque se que se tienen tantos amores como se quieren).
Pero ¿Cuál es el hilo conductor o la soga que ata cuando sólo es uno el que ama y sufre y sueña y anhela y quiere e imagina? ¿En qué momento de esa reencarnación el otro debió el camino y dejó al primero amando solo? ¿O en su vida anterior no fue su amor sino su amante y por eso sufre ahora también?
Creer que el amor es para siempre (tema tan trillado en canciones y libros) es algo que cada cual decide, algo que quizá se aprende o algo que se lleva dentro. Puede ser que nunca he amado hasta el extremo (a mi parecer condición enfermiza); posible será que nunca lo haré pero decir nunca es escupir hacia arriba porque existen vacíos que deja un amor que otro amor no reemplaza y eso nos hace pensar que nunca podremos olvidar.
Medias naranjas, Cupido y su flecha, la química y demás artimañas asociadas al amor son cosas que nos inventamos para darle a nuestras vidas y a nuestros amores el sentido que queremos.
Destinados o no, amados o no, reencarnados o no, sufridos o no hay una verdad que no se debe negar: Nos acostumbramos a vivir con el amor de nuestras vidas o con el amor de turno porque se prefiere, en la mayoría de casos, estar acompañados. Si algo aterra al hombre tanto como la muerte es la Soledad. Yo a dicha merodeadora no le temo, cuando la tengo de invitada la disfruto al máximo, le saco el jugo (diría la jerga), le presto de vez en vez todos los amores que recuerdo y nos sentamos a reírnos, a tomar cerveza, a fumar cigarrillos y a pensar que vamos a hacer al día siguiente.